viernes, 15 de junio de 2007

La Confesión * (Cuento) - Mediados de 2004... tanto ya? :(


* Un cuento con ínfulas Lovecraftianas

Por Cristian Ponce.

No es una historia para niños ni hombres de corazones frágiles la que fue contada en aquel confesionario por el Padre Dolino a su mentor, el Padre Lamotte, ni bien amanecía el año de 1954. Tras un largo viaje de regreso, el joven cura Abelardo Dolino estaba de nuevo en casa. El templo de Nuestra Señora María de las Buenas Intenciones se encontraba en Capital, en Adolfo Alsina 2556, a pocas cuadras del Congreso de la Nación. Abelardo había crecido en Balvanera, y ahora se sentía feliz de estar de vuelta. O quizás solo se sentía bien de no estar en Aileno, donde había pasado la mayor parte del último año. Allí había predicado hasta hacía unos meses, antes de su desaparición voluntaria, como ahora podían saber en la Santa Sede.

Aileno era, porque ya no existe (aunque su desaparición definitiva nada tiene que ver con los eventos aquí narrados), una pequeña población de petroleros en Chubut. Casi un campamento que había crecido un poco mas de lo esperado. Sus habitantes, como se repetirá al menos un par de veces antes de acabado el relato, eran gente sumamente "precaria".

Tras la desaparición de Abelardo Dolino fue enviado un nuevo cura, quien allí solo oyó palabras a favor para con el desaparecido religioso. En Comodoro Aileno, tal era el nombre completo del asentamiento, aseguraban que el padre Dolino les había salvado de un mal inmenso, que los había limpiado. Mas nunca dieron mayor detalle con respecto al mencionado mal. Aun durante la pesquisa sobre la desaparición del cura, algunos confiaban que quizás había sido llevado a los cielos en la misma carroza que Elías por el Señor tras su trabajo en la Tierra.

Pero no. Abelardo Dolino había vagado por el sur de Argentina durante algunos meses hasta que "cayó" como del cielo en una pequeña congregación Protestante en Allen. Fueron éstos quienes lo ayudaron a volver a Capital, no sin recomendaciones de cuidado, para quienes lo recibieran, acerca de su salud mental.

Y ahora acababa de entrar a confesarse con el hombre que había sido su Guía en el Seminario. Y había mucho que decir. Comenzó como una confesión cualquiera, pero acabaría como muy pocas. Con una absolución imposible de concebir para cualquier hombre.

- Padre, he pecado - dijo Dolino, y fue casi lo primero que se le oyó decir en siete meses.

- Te oigo yo, querido hijo, y te oye el Señor - dijo Lamotte.

- Padre, soy el responsable de la muerte de 30 niños inocentes, todos menores de cinco años, en Comodoro Aileno, en Chubut - confesó Dolino. Lamotte bien sabía donde estaba Aileno, porque lo había visitado regularmente entre 1950 y 1952.

Como usted sabe, fui enviado a hacerme cargo de la iglesia de Aileno, un pueblo que no pasa de los 700 o 800 habitantes. Gente sencilla, sin cultura, "precaria", si entiende lo que quiero decir. Prediqué durante casi un año allí, y en ese tiempo me gané la confianza y el respeto de todos. Los domingos el templo estaba repleto, y puedo asegurar que solo faltaba una persona cada semana. Esa persona era Elizabeth Norvell, la única partera en Aileno. Ella no iba a la iglesia jamás, e incluso estoy seguro de que aconsejó a algunas mujeres de no hacerlo tampoco luego del tercer mes de embarazo. Y su persuasión era tal, que éstas efectivamente se descomponían en plena ceremonia. Norvell ni siquiera me saludaba al cruzarnos en la calle como todo el resto. Le digo que me odiaba, lisa y llanamente. Y mi primer pecado mortal en Aileno fue odiarla también.

La visité un par de veces en su casa, o en las casas donde se encontraba ayudando en los días previos a los partos, y jamás tuve una respuesta afirmativa de ella.

- El nuevo Padre de Aileno, Damián Karras, dijo haber tenido que atender un parto hace un mes. Nadie nunca mencionó a una partera - Dijo Lamotte.

- Ni van a hacerlo, como tampoco van a enseñar de nuevo las fotografías de sus niños más pequeños, porque ella murió con ellos en manos de la gente de Aileno. Aun así, fueron sus manos pero solo mi pecado.

En Aileno no hay casa para el cura, solo un pequeño cuartito detrás del templo, y para cuando llegué al lugar aún estaba siendo refaccionado. Los arreglos se habían retrasado un par de meses. Mi arribo al lugar, quizás lo recuerde, fue a principios de invierno, y en aquel rincón del mundo el clima es en sumo inclemente. Por eso se suponía que viviese ese tiempo, acabó siendo casi un año, en casa de la familia Aileno. Digamos, la familia que había fundado el lugar e hija del Comodoro. Rosa, la señora de casa, estaba pronta a ser madre por cuarta vez.

Como ya he sugerido, en Aileno - así como en muchas otros partes - se acostumbra a vivir las últimas semanas del embarazo con la partera en casa. Especialmente en invierno, cuando un camino cubierto de nieve puede significar la muerte del niño y su madre. Así que, de pronto, me encontré conviviendo con mi única enemiga en el pueblo. A ella tampoco le gustaba. Y esos días no fueron fáciles Padre, porque yo odiaba a esa bruja, y hoy la odio aún mas por lo que me empujó a hacer.

Ocurrió por fin que llegó la noche del parto, en mi décimo y último mes en Aileno. Había yo caído enfermo hacía unos días, de gripe, y no me sentía para nada bien. Pero era domingo, y la fecha para el bautismo de un niño, por lo que no pude quedarme en cama recuperándome. Tras la ceremonia hubo una fiesta muy grande, y todo el pueblo estaba ahí, incluso casi toda la familia Aileno. En casa estaban solo Rosa y la Partera. Y en la fiesta hubo mucho vino, del que hacían allí, y debo confesar que siempre he sido parcial hacia ese tipo de bebidas. Había mucho vino.

Supuse que la fiesta se alargaría hasta muy tarde. Eran gente muy precaria, Padre, incluso en sus modos de celebrar, si entiende lo que quiero decir. Acabé marchándome con un dolor de cabeza que preferí atribuir a la fiebre y no al alcohol.

En casa de los Aileno sabían de mi salud delicada, así que me habían dejado preparada un botella de ron para calentarme cuando llegara de afuera. Así que bebí una o cuatro copas, y después fui a dormir.

En ese momento, segundos después de que me acostara, es cuando considero que comenzó realmente todo el asunto. La pesadilla. Desperté empapado en sudor oyendo un llanto que pretendía ser infantil , pero que sonaba pervertido y degenerado. Eso se me colaba por los oídos y asesinaba mi alma cristiana. Me puse de pie casi flotando. Todo me daba vueltas. Creo que la fiebre comenzaba a subirme de nuevo. Me sentía arder, como si el averno se encontrase encerrado en mi cuerpo pecador.

Vi a la partera con el niño de los Aileno en brazos. Y luego ocurrió. Porque la partera lo cambió por otro niño que traía en su enorme bolso de ropa. Ese era el niño que oí llorar de modo tan ominoso.

Los bebés no me parecen particularmente bellos, no es mi asunto, pero junto a la otra criatura el niño de los Aileno, el verdadero hijo de Rosa, se veía radiante. Como nuestro señor en Belén. El otro, por supuesto, se parecía mas a una comadreja o un perro que a un niño.

Y entonces salió la Partera de casa con el hijo de Rosa y Alberto Aileno en su bolso, donde había traído al usurpador infausto. Subió a su caballo y se marchó rumbo al monte. Y yo la perseguí como pude, a pie.

Al término de una hora encontré al caballo de Norvell, la Partera, junto a una cueva abierta en el suelo. Alrededor de la entrada no había nieve. De dentro llegaba una delicada caricia caliente, así como una suave música. Seguí el sonido y entré en la cueva. Adentro estaba la Partera cargando al bebé Aileno, frente a ambos había alguien más. Era "algo" que estaba muy anciano, casi a punto de morirse. No puedo decir que fuese un hombre o un animal. No podía decir que fuese nada, y aun así en mi corazón católico supe bien qué era. Y entonces deduje todo el asunto. Porque recordé que los niños de Aileno eran particularmente feos, en especial los que habían nacido desde cuando, según entendía, había llegado Norvell al pueblo. Los más pequeñitos se veían mas como topos, comadrejas y gatos que como hijos del Señor.

Y eso que estaba en la cueva había estado desde el principio de todo, si entiende a lo que me refiero, pero ahora estaba muriéndose, y llegaba el tiempo de elegir un sucesor. Y Aileno, según entendí entonces, era una incubadora de sucesores energúmenos regenteada por Elizabeth Norvell.

No conocía a quien había antecedido a Norvell en la labor de Partera, pero confiaba en que la maldición no se extendiese a más de cinco años en el pasado.

Sin que me vieran, salí de la cueva y monté al caballo de la bruja, y volví a casa de los Aileno. Entonces creí haberme tropezado al entrar, porque me descubrí de pronto caído al suelo junto a la puerta de mi cuarto. Como sea debí haberme quitado el saco al entrar porque de nuevo me hallaba en ropa interior.

Entendí que no había tiempo para pensar en esas cosas, porque la cría de "eso" que estaba en la cueva seguía respirando junto a Rosa Aileno en la habitación principal de la casa.

La noche era tan oscura afuera que me asfixiaba el alma. Fui al cuarto del señor y la señora Aileno, tomé al pequeño monstruo en brazos...

Por primera vez desde comenzada la confesión el Padre Dolino se detuvo.

- Y entonces lo ahogué - dijo por fin - en un fuentón que había utilizado la partera para higienizar el parto.

Sentía el mal como un cáncer creciendo en Aileno. Así que me vestí y salí afuera. Allí ya no estaba el caballo de la bruja, y en mi mente creí que quizás incluso se había transformado en alimañas que acabarían correteando por ahí. Así que monté una yegua de casa y volví al pueblo, que en su mayor concentración se hallaba quizás a kilómetro y medio de casa de los Aileno. Y como esperaba, los encontré a todos aún en la fiesta. Y les expliqué lo que había visto. Y me creyeron.

Confiaban en mí, no sé si he sido tan claro como debiera con respecto a eso. Y amaban a sus hijos, claro, pero amaban más a Cristo. Esa misma noche cazamos a la partera en su casa, y luego a los niños. Y hubo algunas personas en Aileno que no quisieron creer lo que yo había dicho, y huyeron con algunos niños al campo. A ellos también los cazamos, a caballo y con escopetas, y los clavamos a la tierra. Y los empalamos a todos, para que sus almas pudiesen desprenderse de sus cuerpos de pecadores. Todos los cazadores confiaban en que a través de mí había actuado la Palabra Divina.

Mi salud empeoró luego de esa noche y estuve en cama con fiebre muy alta durante al menos una semana. Y vi cosas peores de las que había visto, pero no mas que las que estaban ocurriendo realmente afuera. Porque en esos días la gente de Aileno se ocupó de quemar los cuerpos de los niños frente a la iglesia.

Y cuando por fín desperté se había ido la fiebre, y me sentía curado. Y entonces recordé los eventos de aquella noche, y preferí haber muerto.

Entendí que había alucinado por el vino y la fiebre. Nada en mi historia tenía sentido. Entendí que había despertado caído junto a mi cama cuando el parto había pasado y Elizabeth Norvell se había ido a su casa. Y simplemente había matado a un niño, que era horrible, pero no mas que sus padres o cualquier pobre desgraciado de los que vivían en Aileno. Miré afuera y vi el humo oscuro que llegaba desde el centro de Aileno y entendí que nadie iba a poder salvar mi alma. Ellos habían confiado en mí, porque yo traía la palabra. Y entonces me fui, antes de que nadie lo notara. Y fui sin rumbo durante mucho tiempo, Padre, hasta que el Señor decidió que debía volver aquí para recibir mi pena.

El Padre Lamotte tardó unos segundos en volver a hablar.

- Conozco a la gente de Aileno y son, sin duda, gente muy precaria. Has pecado hijo y tu pecado ha sido muy grave, pero el Señor te perdona porque no sabías lo que hacías. Ego te absolvo. En nomini Patris et Filii et Spiritu Sancti. Amen.

Estás perdonado, pero has de vivir recluido desde ahora, lejos del sur que volvió insana tu mente, en el norte cálido donde puedas tener de nuevo claridad y calma - dijo Lamotte.

Y entonces Abelardo Dolino dejó el confesionario y se marchó de Buenos Aires. Y vivió solo dos años mas, en Misiones, donde murió al ser picado por un par de víboras, que según aseguró moribundo: había visto copulando. Y eso fue todo sobre el Padre Dolino.

Al marcharse Dolino del confesionario, Lamotte se quedó unos segundos en silencio esperando que el Obispo hablase. Este había oído toda la historia desde el otro ala del confesionario.

- ¿Cree que debiéramos decirle la verdad, que no alucinó?. ¿Que lo que hizo fue lo que debía hacerse y que no fue el único en hacerlo? - preguntó el Obispo, quien ya había oído historias parecidas a la de Dolino desde 1930.

- Para nada, Señor. El cree que va a volverse loco, nada más. Y usted lo sabe tan bien como yo, que dentro de poco tiempo, quizás en 50 años, la cordura va a importar muy poco.

Lamotte dejó el confesionario y dio misa a las 18 horas, como todos los días. Y eso fue todo sobre él, y sobre esta historia.-

http://www.ciudaddearena.org/022-ponce-laconfesion.html

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